Abraham Lacalle: Brilliant Pink
VETA by Fer Francés se complace en presentar la tercera exposición individual de una de las figuras más destacadas del panorama artístico contemporáneo español: Abraham Lacalle.
Poner el nombre de un color como título de la exposición es una aproximación transversal y meta narrativa al tema de ésta: significa elegir, como vehículo de todo el relato, a la pintura misma, independientemente de los diferentes elementos que aparecen en los cuadros.
En la actualidad, nos hallamos envueltos en lo que Lacalle llama un “expresionismo cinético”, un bombardeo ininterrumpido de imágenes que no permite que nada se asiente, generándose así una cierta discontinuidad en la memoria. Al mismo tiempo, esto nos dota de una vertiginosa libertad, de aceleración arriesgada, traducida en posibilidades de experimentación, exageración y también de autodestrucción. Tal libertad de movimiento recuerda al inédito viaje alrededor del mundo, llevado a cabo por Phileas Fogg, pero concretamente a la escena donde, apremiado de tiempo y a falta de carbón, derriba las estructuras adicionales de madera del barco donde viaja para alimentar con ellas las calderas.
La respuesta de Lacalle a este expresionismo cinético es una resistencia pictórica en forma de paisajes. No a través de un acomodo figurativo ni una vuelta al orden, sino mediante la exploración del propio lenguaje de la pintura. Lacalle construye una ficción a través de la combinación de colores estridentes y no miméticos, árboles alóctonos y elementos de dudosa organicidad bajo una luz incierta. El visitante se halla frente a una serie de cuadros que son mundos posibles, regidos no por el rigor científico sino por las propias reglas del juego de la pintura.
En otras palabras, la herramienta empleada contra el empacho apresurado de imágenes de la contemporaneidad es el uso de la alegoría a través del paisaje. En pintura, la alegoría siempre es, ante todo, una conversación con la propia pintura, con sus códigos y sus tópicos. Exige un desciframiento no siempre facilitado y que se resiste, por tanto, a la velocidad de consumo actual de las imágenes.
La naturaleza ha sido receptáculo de diferentes discursos a lo largo de la historia del arte, reflejo de orden, de lo hostil o de lo sublime. Y es que un paisaje es siempre una construcción. Necesita del observador y de su encuadre para existir. Sin embargo, para Lacalle, “la naturaleza supera la propia idea del paisaje” y en esta exposición se aprecia esta aproximación. Los paisajes que vemos han sido explícitamente intervenidos por el ser humano. Por todos lados, contemplamos maderos atados, restos ennegrecidos de una hoguera, ropa colgada, alcornoques de troncos pelados, un camino, postes de cableado eléctrico o las riendas atadas a un caballo. Y, aunque la huella humana es evidente, se suprime la distancia que la separa de la naturaleza pues todo es ambiguo. Las fronteras entre lo orgánico y lo inorgánico se diluyen, lo vivo se torna paisaje y lo inorgánico parece carne.